Me resulta fascinante el morbo que me producen las mujeres que me han abandonado. No es nada sexual, ni que las eche de menos, es la buena dosis de drama que ello proporciona a mi vida. Si les soy sincero le guardo un cierto respeto a la felicidad. Me resulta poco creíble que tanta gente esté tan contenta en el día a día y no dejen de repetirlo. Su felicidad, la de que gane su equipo o su mejor amiga monte una gran fiesta el sábado por la noche, es efímera, se cae a pedazos como un LEGO que impacta contra el suelo. Es la felicidad del día soleado, del nosvamosalaplaya, del viajecito a Italia con su pareja. Yo no soy tan payaso de dejar un candado en un puente con mi nombre y el tuyo, ni siquiera te felicitaría en San Valentín, y tampoco soy un gran seguidor del mogollón playero veraniego. Prefiero la playa una mañana de invierno, la arena fría en los pies, el mar furioso que ruge contra las rocas como un toro a punto de morir y un par de cervezas tibias de lata.
Ese morbo es placentero, el sentimiento del eterno perdedor, de Henry Chinaski, de no hacer nada pero saber que estás haciendo algo, más grande y con más sentimiento que cualquier deportista semiprofesional o cualquier universitario listillo. A veces paso por delante de tu casa, sólo para sentir esa sensación durante unos momentos. Me imagino que me ves desde la ventana, que recuerdas muchos momentos y ahora me ves hundido, un hombre que nunca volverá a ser el mismo, que siempre recordará aquel amor con aquella gran mujer. En el fondo los seres humanos no estamos hechos ni para la felicidad, ni para el amor ni para la aceptación del gran público. La gente así es la que más podrida está por dentro -pobreza espiritual creo que la llaman- aunque qué les voy a contar.
viernes, 9 de abril de 2010
jueves, 8 de abril de 2010
escribiendosintildesnosequehostiaslepasaaestecomputador
Recuerdo estar atrapado en aquella ciudad que ni siquiera es capital de provincia, ardiendo en deseos de salir, de olvidarme de todo y correr grandes aventuras en modernas metropolis. Recuerdo creerme el tio mas importante del mundo por escuchar grupos yankees cuyos discos no eran faciles de encontrar, y quejarme de que ninguna tia escuchaba buenos grupos ni iba a buenos conciertos. Tendria unos dieciseis años y un grupo italiano vino a la ciudad. Fue un miercoles por la noche y, aunque resulte triste, era el concierto del año. En el tugurio muchas caras conocidas, muchas viejas glorias y muchas nuevas generaciones. El punk, el hardcore, el loquequieras de la pequeña ciudad se congrego alli para compartir un poco de sudor, canticos y algun que otro pogo. Del concierto ni hablare, pues no es demasiado relevante. Al salir eran las dos de la mañana, y al dia siguiente teniamos que ir a clase. Esperamos un rato en la puerta y ayudamos al grupo a cargar la furgoneta. Nos hicimos algunas fotos con camara analogica que despues lleve a revelar. Pusimos rumbo a casa, y alli estaba ella, con una amiga. Su cara no me resultaba familiar, tendria mi edad. Vaqueros oscuros, vans off the wall negras y sudadera de no use for a name. ¿Donde coño se escondian las tias como tu? A dia de hoy el detalle seria irrelevante pero, joder tenia dieciseis años. Ni siquiera te recordaba en el concierto, pero sabia que habias estado alli. Te vi durante diez segundos, puede que menos. Siete. ¿Cinco? Por un momento pense que ya no habria mas mujeres aunque no te volviera a ver. Me fui a dormir con los oidos aun pitando del concierto. Un miercoles de madrugada. Pense en ti durante dias. Aquella sudadera. Esos segundos. Dieciseis años.
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