lunes, 21 de diciembre de 2009

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A veces me pasa que, cuando estoy con alguien con quien generalmente tengo poca confianza o que me acaban de presentar, siento que se cree que sabe más que yo de alguna mierda. Probablemente muchas de esas personas no lo hagan con mala intención, pero es esa la sensación que me da a mi. Generalmente esas personas vienen acompañadas de un pitillo, una sensación de resaca, una apariencia cuidadamente descuidada y algún vínculo amistoso o amoroso con alguna persona que me importa. Después no solemos volver a vernos, o, si acaso, puede que alguna noche de borrachera en el lugar menos pensado. Él saluda afable desde la otra punta del local, yo muevo levemente mi cabeza hacia arriba en señal de falso colegueo. De amiguismo. Supongo que eso es mejor que preguntarle por su vida y hacer parecer que me importa una mierda. Seguro que sabes un montón sobre un montón de montones de cosas, pero me la trae bien floja. Doy por sentado que eres un gran hijoputa, y seguro que es así. Y ya me dirás tú ahora cuál es la diferencia entre tener dieciséis y veinte años. Y ya me dirás tú qué coño hago con mi vida a día de hoy. De expectativas de futuro. De mis amistades. De mi familia. ¿Tiene algo que ver?

lunes, 14 de diciembre de 2009

A DOMICILIO

Le llamaste a las cinco de la mañana. En la calle hacía frío, y él estaba con unos amigos tomando copas y manteniendo conversaciones amistosas con algunas niñas que se creían mujeres. Tardó en contestar, como hacen los buenos amantes, y te contó tres o cuatro mentiras. Le dijiste que estabas en casa, y que querías verle. Hacía tiempo que jugabais a eso y era de suponer que el quería su trozo del pastel. Tardó un rato en llegar, como hacen los buenos amantes, y mientras tú te impacientabas en tu salón con una copa de ginebra en la mano. Pensabas en cada palabra que le ibas a decir, cuidabas al milímetro cada movimiento previamente ensayado y te lo imaginabas una y otra vez subiendo por las escaleras del viejo edificio hasta llegar a tu apartamento. Aquello era absoluto canibalismo, era hambre que saciar, y él sería el depredador. A ti te encantaría ser la presa, no tenías ningún inconveniente en serlo y no le encontrabas ninguna pega. Alto, guapo, joven, apuesto, una mirada penetrante y cuerpo de gimnasio. Nunca te dijo que te quería, ni siquiera sabía el color de tus ojos, pero sabía lo que quería y, al fin y al cabo, eso es lo que importa.
Cuando por fin llegó todo pasó muy rápido. Abriste la puerta a toda prisa y te lanzaste a su boca. Él no dudó en seguirte, sabía muy bien lo que había. Te imaginaba diciéndole al pobre de tu novio que querías un tiempo, y se recreaba. Tenía las manos frías y los labios algo secos, como los buenos amantes, pero tú no tuviste ningún inconveniente en hacerle entrar en calor. No había más que eso, una tensión, una necesidad fisiológica, un documental de leones de domingo por la tarde. Ambos teníais ganas de carne fresca, al fin y al cabo es lo que la especia humana necesita. Después le llevaste a tu habitación, la habías perfumado y todas esas cosas, pero a él le dio bastante igual. Al minuto te tiró en la cama y te tomó con la arrogancia de un niño pequeño que se burla de un mayor en el patio del colegio. Canjeaste tres años por veinte minutos y diecisiete centímetros. Ni siquiera hubo el cigarrillo de después, el trabajo estaba hecho satisfactoriamente y consideró que era hora de marcharse. Cerró la puerta y prometió volverte a llamar. Te pusiste a llorar. Y mientras, tu recién declarado ex novio se masturbaba en la soledad de su apartamento del centro, como un niño de catorce años con poco que ofrecer. Pensaste en llamarle, sabías que lo cogería, pero ya era historia, así se lo habías hecho saber a tus mejores amigas y ellas estaban muy contentas.

jueves, 10 de diciembre de 2009

no hay nada más triste que los árboles de navidad de los parkings

Y el pobre hombre metido en la garita con un póster de su equipo favorito de la temporada 95/96. Al fin y al cabo él no tiene la culpa, la vida es cruel y la Navidad lo es aún más. Las felicitaciones de viejos amigos, las palmaditas en la espalda por la calle, la sonrisa de la dependiente del Corte Inglés. Las muestras de amor inesperadas, las ganas de recuperar el tiempo perdido, las promesas de año nuevo y todas esas cosas. Ya ni siquiera compro discos en las pequeñas tiendas del Casco Viejo, ni tengo tiempo para ir a la cabalgata. Ya no me voy a la cama nervioso por ver qué encontraré debajo del árbol la mañana siguiente, ni tampoco brindo con champagne. Tan falso como la sociedad de bienestar, la calefacción y las mantas de lana, y mientras dos mendigos brindan debajo de un puente por una vida mejor. Al menos se libran de las postales navideñas de la empresa, de ver a esa tía abuela que tan poco te gusta o de aguantar a tu puto tío que sólo habla de fútbol o de cuando era joven. Tampoco estoy vaticinando el Apocalipsis, pero son tiempos jodidos... Son días duros.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

un café en el bar de abajo

Un café en el bar de abajo. Son las diez de la mañana, y me acabo de levantar. Pido un sólo con sacarina, por eso de espabilar. El camarero no me conoce, a pesar de que vivo encima, y eso es un síntoma fatal que me indica lo mal que encamino mis días.
En la barra la prensa del día, mucha mentira junta y mucha referencia a clubes que se gastan fortunas en jugadores y a algunos presidentes más sinvergüenzas que otros. Tengo un día duro por delante, pero siempre saco tiempo para alguna sonrisa o alguna palabra agradable. Vuelvo a casa y, en el portal, puedo ver el árbol de Navidad montado por la comunidad de vecinos (si, esos que no suelen saludar) o quizás por la conserje que siempre pregunta quétaltodo?/setehacaidounacamisetaalpatiodelucesteladoy?
Lo del árbol es bastante bonito, pero, como diría mi amigo Holden Caulfield, ''Jo, ¡qué árbol más falso!'' Y es que este año poca Navidad va a haber...
En casa leo cosas de interés con el portátil (de lo poco bueno que queda ya en Internet) y preparo una presentación para ésta tarde.
Poco hay más que decir, los grupos que me gustan se separan, los autores de mis libros favoritos están muertos, los amigos que tuve un día están lejos y yo no soy un gran fan del teléfono. Las tiendas de discos están desiertas, el Spotify sigue diciéndome lo que debo comprar y escuchar y Salinger sigue siendo el puto amo.

martes, 8 de diciembre de 2009

NI YO SOY MARLON BRANDO, NI TU EVA MARIE SAINT

-Antes escribías historias bonitas -me dijiste.

Sigo sin dar continuidad a nada de lo que hago. Siempre intento cambiarlo, pero puede que sea una de esas cosas que siempre son así, como cuando un impuntual se propone llegar siempre a la hora, o como cuando algún hijoputa se propone dejar de serlo. Últimamente las cosas no me ponen de tan mal humor. Recuerdo salir a la calle a hacer cualquier cosa hace aproximadamente un año y siempre volver a casa diciendo "es la puta última vez..."
Ahora suelo sonreír bastante, me paro con la gente por la calle, digo buenosdías a las cajeras del súper y todas esas cosas que suele hacer la gente supuestamente feliz..
Pero tampoco nos vamos a engañar, la vida sigue siendo una buena patada en los huevos de vez en cuando. Mi copa siempre es la peor servida, mi habitación siempre la más ruidosa y mi ropa la que peor sienta. De vez en cuando salen canciones. Supongo que debería estar contento, al fin y al cabo hay por lo menos una veintena de mujeres ahí fuera que arden en deseos de ser MIS ÍNTIMAS AMIGAS. Soy demasiado importante para ellas como para arruinarlo todo suelen decir. Supongo que no debería estar tan contento.

jueves, 3 de diciembre de 2009

tú y tus hormonas y tus putas amistades.

Me desperté tirado en el suelo del baño de Dios. Concretamente del Dios cristiano, que es el más comprensivo a la vez del que más impone. Me preguntó qué me pasaba, me dijo que mis nuevos hábitos no eran buenos y que porqué no buscaba algo de paz en la naturaleza. Entonces me acorde de ti, y de todas tus putas amistades. No hay cosa que más me irrite que eso. Por eso bebo, bebo y olvido. Por eso me escondo de la gente, por eso me quedo en mi cuarto leyendo libros de gente como la que nunca seré. Dios no parecía entenderme demasiado, pero me ayudaba. Lo cierto es que se portó muy bien, me ofreció comida y me dijo que podía quedarme a dormir en su sofá, pero le dije que estaba muy bien en su reluciente baño y que las baldosas eran preciosas. Así que ahí estaba, debatiéndome entre la vida y la muerte con vete-tú-a-saber-qué-mierda corriendo por mi organismo intentando ganarme la batalla vital. Quise vomitar, pero el suelo estaba demasiado bonito para estropearlo, así que me lo tragué, como tantas veces había tragado mierda en mi vida. En aquel momento no pensaba en el mañana, y me daba cuenta de que el ayer se me escapaba cada vez más rápido.

-Los tiempos cambian, y la gente cambia con ellos -me dijo Él.
-Lo sé, lo sé. Y no me cuesta verlo -contesté.
-Entonces ¿a qué has venido aquí?.
-Ojalá lo supiera, pero gracias por el suelo.
-Promete que no lo volverás a hacer.
-¿El qué, venir a verte?
-Venir a verme para esto.
-Oh, lo intentaré, descuida.

Salí de aquel lugar celestial y me metí en el metro. La parada no me sonaba de nada, y mucho menos las líneas que por allí pasaban. Lo único que recuerdo es que todo era blanco y nuevo, y a medida que el tren avanzaba todo se volvía gris. Gris Oscuro. Feo. Negro.
Intenté llegar a mi casa, pero no la encontraba. Preguntaba a la gente en la noche, pero nadie hablaba mi idioma. Busqué tu numero en mi agenda y te fui a llamar desde una cabina, pero no aceptaba mis monedas.
-Tú y tus hormonas. Tú y tus amistades. Tú y tus putas amistades -me dije.
Me quede dormido en un banco y me desperté en mi casa. Fui a la cocina a por una cerveza y sonó el teléfono. Eras tú.

-¿Dónde DEMONIOS te metiste ayer?
-Si te lo dijese no me creerías.
-Está bien, ésta tarde vamos a ir TODOS a tomar algo por ahí, ¿vienes?
-No, creo que mejor me quedaré en casa, necesito relajarme.
-Bueno, está bien. Si cambias de opinión ya sabes.

Colgué. Quise llamar a Dios pero se me olvidó pedirle su número. Desde ese día no he vuelto a saber de Él, pero sé que está ahí. Si algún día lees esto, te doy las gracias de nuevo. Tienes un suelo precioso.