Un café en el bar de abajo. Son las diez de la mañana, y me acabo de levantar. Pido un sólo con sacarina, por eso de espabilar. El camarero no me conoce, a pesar de que vivo encima, y eso es un síntoma fatal que me indica lo mal que encamino mis días.
En la barra la prensa del día, mucha mentira junta y mucha referencia a clubes que se gastan fortunas en jugadores y a algunos presidentes más sinvergüenzas que otros. Tengo un día duro por delante, pero siempre saco tiempo para alguna sonrisa o alguna palabra agradable. Vuelvo a casa y, en el portal, puedo ver el árbol de Navidad montado por la comunidad de vecinos (si, esos que no suelen saludar) o quizás por la conserje que siempre pregunta quétaltodo?/setehacaidounacamisetaalpatiodelucesteladoy?
Lo del árbol es bastante bonito, pero, como diría mi amigo Holden Caulfield, ''Jo, ¡qué árbol más falso!'' Y es que este año poca Navidad va a haber...
En casa leo cosas de interés con el portátil (de lo poco bueno que queda ya en Internet) y preparo una presentación para ésta tarde.
Poco hay más que decir, los grupos que me gustan se separan, los autores de mis libros favoritos están muertos, los amigos que tuve un día están lejos y yo no soy un gran fan del teléfono. Las tiendas de discos están desiertas, el Spotify sigue diciéndome lo que debo comprar y escuchar y Salinger sigue siendo el puto amo.
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El Spotify no deja de intentar colarme a Ke$ha o Mónica Naranjo. Me quedo con la primera, y me alegro de que la voz de Santi Millán haya dejado por fin de atormentarme con su tono de falso colegueo...
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