lunes, 14 de diciembre de 2009

A DOMICILIO

Le llamaste a las cinco de la mañana. En la calle hacía frío, y él estaba con unos amigos tomando copas y manteniendo conversaciones amistosas con algunas niñas que se creían mujeres. Tardó en contestar, como hacen los buenos amantes, y te contó tres o cuatro mentiras. Le dijiste que estabas en casa, y que querías verle. Hacía tiempo que jugabais a eso y era de suponer que el quería su trozo del pastel. Tardó un rato en llegar, como hacen los buenos amantes, y mientras tú te impacientabas en tu salón con una copa de ginebra en la mano. Pensabas en cada palabra que le ibas a decir, cuidabas al milímetro cada movimiento previamente ensayado y te lo imaginabas una y otra vez subiendo por las escaleras del viejo edificio hasta llegar a tu apartamento. Aquello era absoluto canibalismo, era hambre que saciar, y él sería el depredador. A ti te encantaría ser la presa, no tenías ningún inconveniente en serlo y no le encontrabas ninguna pega. Alto, guapo, joven, apuesto, una mirada penetrante y cuerpo de gimnasio. Nunca te dijo que te quería, ni siquiera sabía el color de tus ojos, pero sabía lo que quería y, al fin y al cabo, eso es lo que importa.
Cuando por fin llegó todo pasó muy rápido. Abriste la puerta a toda prisa y te lanzaste a su boca. Él no dudó en seguirte, sabía muy bien lo que había. Te imaginaba diciéndole al pobre de tu novio que querías un tiempo, y se recreaba. Tenía las manos frías y los labios algo secos, como los buenos amantes, pero tú no tuviste ningún inconveniente en hacerle entrar en calor. No había más que eso, una tensión, una necesidad fisiológica, un documental de leones de domingo por la tarde. Ambos teníais ganas de carne fresca, al fin y al cabo es lo que la especia humana necesita. Después le llevaste a tu habitación, la habías perfumado y todas esas cosas, pero a él le dio bastante igual. Al minuto te tiró en la cama y te tomó con la arrogancia de un niño pequeño que se burla de un mayor en el patio del colegio. Canjeaste tres años por veinte minutos y diecisiete centímetros. Ni siquiera hubo el cigarrillo de después, el trabajo estaba hecho satisfactoriamente y consideró que era hora de marcharse. Cerró la puerta y prometió volverte a llamar. Te pusiste a llorar. Y mientras, tu recién declarado ex novio se masturbaba en la soledad de su apartamento del centro, como un niño de catorce años con poco que ofrecer. Pensaste en llamarle, sabías que lo cogería, pero ya era historia, así se lo habías hecho saber a tus mejores amigas y ellas estaban muy contentas.

2 comentarios:

  1. joder que duro y que cierto. esto es denuncia social y no las mierdas de Aranoa y Coixet.

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