domingo, 15 de noviembre de 2009

que no se os atragante el café.

Todos esos imbéciles me ponen enfermo, de verdad. Tanto los de un lado como los del otro, en el fondo todos buscan lo mismo y su puta existencia está tan vacía como mi cartera un maldito domingo por la tarde. Creo que un pez muerto que se desliza por un puto desagüe tiene más vida interior que cualquiera de esos hijos de puta. Si no sabéis a quien me refiero hablo de todos esos mierdas que babosean detrás de los traseros de todas esas putas los viernes por la noche. Bien con camisa por dentro y cinturones hechos a mano o con camisetas anchas y el pelo que parece un jodido nido de piojos dispuestos a correrse en la cara de la primera que pillen. Esa gente que no se hace preguntas, que no lee libros, que sólo piensa en follar, en sustancias tóxicas y en todas esas mierdas que llenan la vida de gente de lo más triste. Opinan sobre la calidad de las diferentes variedades de marihuana, del coche nuevo que se ha comprado Jaime o de cuántas veces se tiraron a aquella ex-novia de un buen colega que aún no está al corriente. Individuos que no han escuchado un disco entero en su lamentable vida, que tampoco han sentido nada más allá de deseo carnal por vosotras y, sin embargo, aun les reís las gracias. Os recogen en motos, os cuentan mentiras, os hablan de otros, más mentiras, más mentiras y más falacias y mierda líquida. Tampoco es que me quite el sueño, pero me hace gracia. Y mientras os bebéis el café esperando una llamada que nunca llega y ellos se tragan el humo contando a los colegas lo que tú te tragaste ayer. Y se ríen. Y os ponéis nerviosas. Y lloráis. Y llamáis al amigo de turno para que os consuele. Y él desea ser el otro, pero poco sabe que nunca lo será. Esa maldita obsesión con la amistad. Muy femenina. Todo mentira. Y punto.

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