domingo, 7 de marzo de 2010

el premio de consolacion

Me desperté. Vomité. Sentía como si mi cabeza estuviese a veinte pisos de altura y hubiese tenido la lengua en salmuera durante días. No me quedaban pastillas, sólo un poco de ginebra barata y algo de mierda que la gente había ido dejando en la nevera a lo largo de la semana. Automedicarse, ya sabrán ustedes, es cosa de sabios. Rebusqué por todas las esquinas de la casa, y finalmente encontré un Valium. Me preparé un Red Snapper sin hielo para poder empujarlo y me dispuse a hacer algo de mi vida. El apartamento estaba hecho mierda, había colillas por todas partes y un cierto aroma al más profundo infierno en la mayoría de habitaciones. Me fijé en el teléfono, había un par de llamadas en el contestador pero no le di más importancia. Daba por hecho que no serías tú, y yo tenía que encontrar alguna manera de pagar lo que debía. Lo único que tenía eran palabras. Palabras y más palabras acumuladas en papeles viejos llenos de polvo, en recortes de periódico, en márgenes de libros y alguna que otra grabada a fuego en mi memoria. Ya no me quedaban ideas brillantes, tendría que revolver un poco entre aquella diarrea literaria acumulada y regurgitar tres o cuatro párrafos que le dieran un toque más sincero. Me senté delante del papel un buen rato pero no estuve demasiado inspirado. Hacía tiempo que no lo estaba. Pensé en dar un paseo por la ciudad o alguna de esas tonterías que cuentan los autores de best Sellers en las entrevistas que conceden a suplementos dominicales. Cada vez me gustaba menos el aire de la calle. Pensé en llamar a algún amigo e ir a un bar. Cada vez me gustaba menos la gente. Visto lo visto opté por matar un poco el tiempo masturbándome. No era una idea del todo mala al fin y al cabo, y puede ser que después me sintiese más relajado. Es obvio que pensé en ti, tampoco creo que haya nada malo en ello, pero no me sentí demasiado orgulloso una vez tiré de la cadena. Ese arrepentimiento de después, un clásico de adolescencia, seguía ahí a pesar de que me iba haciendo mayor. Cuando volví a la habitación eran las cinco de la tarde, y comprendí que aquello tan sólo era otro día más. No habría aire de la calle, ni encuentros con viejos amigos ni nada de nada. Sólo suciedad, palabras, soledad, alcohol barato y poca comida. En cierto modo aquello me comía por dentro –no estar aprovechando mi vida y eso- pero tampoco quise darle más importancia. Mientras tú estarías por ahí haciendo algo de provecho, como garantizarte un futuro o conocer algún sitio interesante. Para ser sincero me sudó bastante la polla, sabía que algún día publicaría el mejor libro de la historia. Uno de relatos, incluso autobiográfico, vete tú a saber si una novela… No ganaría el Pulitzer, y todo el reconocimiento tardaría algo en llegar. Luego me encerraría en mi apartamento del Upper East Side con mi amante y mis millones y escribiría la secuela. Sólo bebería, follaría y escribiría. Nada de comida, nada de amistades, nada de entrevistas. El siguiente no tendría tanto éxito y entraría en una profunda espiral autodestructiva, me atiborraría de antidepresivos y me pasaría siglos sin escribir. Moriría a los sesenta y pico y me convertiría en un autor de culto, que inspiraría a todo tipo de artistas y adolescentes deprimidos. Mis amantes llorarían mi ausencia y las asociaciones de padres se opondrían a que ``las historias de un borracho degenerado´´ se convirtiesen en lecturas obligatorias. Hasta abrirían un museo con las últimas botellas que encontraron en mi apartamento y algún que otro calzoncillo con corridas secas donado de manera desinteresada por una antigua amante.
Y así, sin quererlo, llevaba ya un par de páginas, y me sentía mejor. No se qué estarías haciendo tú en ese momento, pero tampoco me llegó a importar. Me serví un trago y me fumé algo tan poco sofisticado como un porro de hierba. El viaje fue bastante grande y me pasé la tarde escribiendo un poco más de aquella basura que nunca ganaría el Pulitzer. Me alivió saber que, al menos, ya no tenía problemas para dormir, lo que me ahorró tener que bajar a alguna farmacia en la que no me conociesen a por un poco de codeína…

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