jueves, 11 de marzo de 2010

paredes y placer

Aquella cama era mucho mejor que el roñoso sofá de aquel piso de estudiantes. En el suelo colillas y alcohol derramado. El sofá lleno de chinazos y desconocidos y los ceniceros a rebosar de vete-tú-a-saber-qué. Yo creo que esa noche te lo merecías, aunque no fuese lo más correcto, pero tampoco lo viví en primera persona, por lo que no opinaré. El plan no era demasiado complicado, un par de copas más, un mínimo de insinuación al propietario del dormitorio en cuestión y el resto un mero trámite para dormir tapada sobre un colchón. En el último momento estuviste a punto de arrepentirte, pensaste en tu novio, probablemente dormido ya, y en todos esos momentos juntos. Malos y buenos. No importaba. Echaste un rápido vistazo al salón y pensaste ``sálvese quien pueda…´´ Un par de niñatas vomitando sobre la alfombra, dos tíos hasta el culo de LSD riéndose como locos y un viejo que llevaba unos diez minutos intentando meterse el tiro que se había preparado con total indiscreción sobre la mesa. Sobra decir que seguía sin haber acierto.
Te dirigiste a la cocina, donde él hablaba tranquilamente con un par de amigos, y te serviste un whisky sólo. Empezaste con las miraditas –él no tardo demasiado en darse cuenta- y te cercioraste de que tus amigas no estuviesen por la zona. Sacaste el móvil y las llamaste, seguían por ahí, aquello te alivió. Cómo cambian las cosas si no hay testigos delante. Finalmente decidiste entrar en la conversación a pesar de la barrera idiomática. Te interesaste por la charla, aunque a día de hoy ni te acuerdas, y te aproximaste un poco hacia él. Empezasteis a hablar cada vez más cerca, sus amigos fueron dándose cuenta uno a uno de que no pintaban demasiado allí y se despidieron de manera cordial, sin dos besos ni apretones de manos ni nada. El tiempo corría en vuestra contra, y ellos lo sabían. Es como un código de honor no escrito. Prolongaste un poco la estancia en la cocina –tampoco querías que se pensase que eras una facilota- y, al cabo de unos minutos, le dijiste que te enseñase la habitación. No entraré en detalles porque soy un caballero y porque tampoco los sé. Sólo sé que aquella noche dormiste cómodamente a cambio de un precio que tú consideraste bajo. Y que no recuerdas ni el color de las paredes de su habitación. Al fin y al cabo, ellas no saben dar placer.

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