El otro día te despertaste y empezaste a creer que eras algo que no eres. No te empeñes, hay que asumir las cosas. Ni mecanismos de defensas ni Freud ni psicólogos podrán hacerte entrar en razón. Puede que la culpa la tenga la televisión, las computadoras, las revistas femeninas que leías en la pubertad o el tipo que te vende lo que te metes por la nariz. Tampoco pretendo dar lecciones universales, sólo pido un poco más de criterio. Un poco más de paciencia por favor, ¿no recuerdas lo que pasaba cuando intentabas pasar los cassettes hacia adelante para llegar a la siguiente canción? La cinta acababa rompiéndose. No vayamos tan rápido, sino las cosas acaban mal, y adiós al happy ending que te vendieron Hollywood y Cosmopolitan. Seguro que organizas una fiesta benéfica cuyos fondos irán a parar a Haití, como Ana Rosa Quintana, que después de rodar el anuncio de la campaña se pone un par de tiros en el camerino y derecha a recoger a sus niños al Liceo Francés en un Cayenne.
Y mientras el mundo es un puto anuncio de compresas, colores, olores, sensaciones y sabores hasta en los profilácticos.
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