jueves, 14 de enero de 2010

analog boy

-¿Me das un piti cari? -te dije mientras tu cuerpo desnudo descansaba entre las sábanas revueltas-.

Yo era un jodido cantautor de los de antes, de los que desayunaban bourbon sin hielo a las doce de la mañana y, que, de vez en cuando, te obsequiaba con un buen polvo de duración superior a la media. Llevaba camisetas de asas y pantalones beige de pinzas, iba descalzo por la casa con mi Gibson Hummingbird al cuello en busca de acordes que pagasen lo que debía. Siempre tenía tiempo para un trago y hacía bastante que no veía a mis amigos.
Tú eras una femme fatale en toda regla, te gustaban los tacones y los vestidos cortos. Fumabas sin parar y bebías ginebra con un chorrito de tónica a cualquier hora del día. Todo eso me gustaba. Te gustaba Dylan y te sabías al dedillo la discografía de Van Morrison.

Juntos éramos imparables, eras mi puta musa y paría tema tras tema después de aquel maravilloso sexo que me dabas. Por las tardes íbamos a los cafés y por las noches a los bares. Nunca nos separábamos, y siempre teníamos algo de lo que hablar. Como no discutíamos mucho, pero siempre nos reconciliábamos salvajemente. Eran los mejores días de mi vida.

Y luego te fuiste. Desde esa mis baños calientes eran como chapotear en un charco de barro. Las canciones perdieron su alma, y la Hummingbird no sonaba igual. Estuve dos meses sin cambiar las sábanas recordando tu olor. Pronto me enteré de que tenías a otro, un baterista de segunda fila de la banda de acompañamiento de un buen amigo. Aprendí a tocar la harmónica, me compré un dogo de Burdeos y empecé a escribir relatos con los cristales rotos de aquel pasado glorioso. Al fin y al cabo no fue para tanto.

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