viernes, 22 de enero de 2010
ANTE TODO LA JUSTICIA
A todos nos sorprendía tu enorme falta de talante ante el infortunio. Si bien es cierto que nos relacionábamos en un entorno un tanto hostil, repleto de nepotismo, favoritismos y demás <>, tu carencia de fe en la raza humana siempre resultó molesta. Siempre jugabas a ser el abogado del diablo, el eterno defensor de la causa de antemano perdida. Confiabas en que tú y sólo tú tenías la razón. Te resbalaban las disculpas y las justificaciones, eso no cabía en tamaño raciocinio como el tuyo. Muchas veces, esos que hacemos cosas que no están del todo bien somos los primeros en pedir perdón, agachar la cabeza o incluso ponernos de rodillas por algo que hemos hecho, mientras tú nos ilustras con tu corrección de cara a la galería y tus jugueteos con las sustancias tóxicas que, para ti, tan legales deberían de ser. Era totalmente de esperar que las cosas acabaran así, que tu orgullo fuese devorando tus amistades y que, de la noche a la mañana, nadie de la raza humana (esa a la que tanto odiabas) te pudiese tener delante. Toda tu vida se convirtió en una constante demostración, en una clase magistral impartida por el mayor conocedor de todos. El resto teníamos suerte de tenerte cerca, de que nos cobijase tu sombra. Dicen que es digno morir por una causa cuando ésta es justa, pero, si le quitamos el melodrama a dicha frase, sólo merece la pena morir por seguir viviendo. Tarde o temprano llegaría tu momento, la hora de ejecutar uno de tus famosos ‘’antes muerto que…’’. Pensábamos que sería otro de tus fantaseos utópicos, un supuesto, una forma de captar nuestra vaga atención. Y allí estábamos, fue un veintidós de enero, y, como no podía haber sido de otra forma, elegiste una sobredosis. Siempre queda bonito en la contraportada de una biografía póstuma, o cuando un joven radical se lo cuenta a una chica que se quiere ligar a los quince años. No hubo bandera, ni lloros, por no haber casi no hubo ni entierro. Yo no te quise ver por última vez, había perdido demasiado tiempo contigo y justamente en ese momento me había dado cuenta. Tiré los claveles al suelo, resultaban más bonitos cuando los vimos en aquel documental sobre la Revolución de Portugal.
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